Tomar medidas para reconocer el crimen cometido contra estas mujeres y crear espacios que nos ayuden a reflexionar y no repetir el pasado son cruciales porque la caza de brujas no ha terminado: se continúa persiguiendo y matando a mujeres acusadas de brujería en algunas regiones de África y la India, y se usa todo el imaginario y el discurso que identifica a las mujeres poderosas, sabias y libres como brujas para atacar a lideresas y comunidades en resistencia frente al expolio en América Latina y muchos otros lugares del mundo.
Sinopsis Calibán y la bruja (Ed. Traficantes de Sueños)
En este libro, al analizar la quema de brujas, Federici no sólo desentraña uno de los episodios más inefables de la historia moderna, sino el corazón de una poderosa dinámica de expropiación social dirigida sobre el cuerpo, los saberes y la reproducción de las mujeres).
Joan of Arc's Death at the Stake, H. Stilke, 1843
En Valladolid el proceso de acusaciones y asesinatos de 26 mujeres acusadas de herejía durante los autos de fe de 1559, nos hacen preguntarnos por la memoria de esas mujeres asesinadas pero también si estos procesos pudieran tener una correlación sobre este proceso histórico de caza de brujas. Nos acercamos a esta realidad para traer la memoria de las herejes castellanas, especialmente las que fueron acusadas durante los autos de fe de 1559.
Los autos de fe sentenciaron a un grupo luterano vallisoletano formado por élites intelectuales y religiosas que se lanzaron a la búsqueda de las nuevas ideas en los libros más recientes, dirigidos por la familia de los Cazalla. Motivado por Agustín Cazalla quien permaneció mucho tiempo fuera de Valladolid dado su cargo de Capellán del Emperador Carlos y predicador de la Corte.
“Fuera ya de la Puerta del Campo, la concurrencia era aún mayor pero la extensión del campo abierto permitía una circulación más fluida. Entremezclados con el pueblo se veían carruajes lujosos, mulas enjaezadas portando matrimonios artesanos y hasta una dama oronda, con sombrero de plumas y rebocinos de oro, que arreaba a su borrico para mantenerse a la altura de los reos y poder insultarlos.
Mas a medida que éstos iban llegando al Campo crecían la expectación y el alboroto. El gran broche final de la fiesta se aproximaba.
Damas y mujeres del pueblo, hombres con niños de pocos años al hombro, cabalgaduras y hasta carruajes tomaban posiciones, se desplazaban de palo a palo, preguntando quién era su titular, entretenían los minutos de espera en las casetas de baratijas, el tiro al pimpampum o la pesca del barbo. Otros se habían estacionado hacía rato ante los postes y defendían sus puestos con uñas y dientes. En cualquier caso el humo de freír churros y buñuelos se difundía por el quemadero mientras los asnos iban llegando. El último número estaba a punto de comenzar: la quema de los herejes, sus contorsiones y visajes entre las llamas, sus alaridos al sentir el fuego sobre la piel, las patéticas expresiones de sus rostros en los que ya se entreveía el rastro del infierno.”
El Hereje, Miguel Delibes